Blaise Pascal era hijo de un funcionario recaudador de impuestos. A los 18 años, Pascal, que ayudaba ocasionalmente a su padre a redactar sus informes oficiales, se planteó el problema de cómo ahorrarle a su progenitor el engorro de las tediosas operaciones aritméticas en las que debían sumarse interminables relaciones de números.
Con 19 años, Pascal regaló a su padre su primer modelo de calculadora mecánica, con la que éste podía calcular con mayor rapidez y seguridad.
La pascalina (en la parte superior de la imagen) abultaba algo menos que una caja de zapatos y era de forma baja y alargada. En su interior (en la derecha de la imagen) se disponían unas ruedas dentadas conectadas entre sí, formando una cadena de transmisión, de modo que cuando una rueda giraba completamente sobre su eje, hacía avanzar un grado a la siguiente.
Las ruedas representaban el sistema decimal de numeración. Cada rueda constaba de diez pasos, para lo cual estaba convenientemente marcada con números del 9 al 0. El número total de ruedas era ocho, seis ruedas para representar los números enteros y dos ruedas más, en el extremo izquierdo, para los decimales. Con esta disposición se podían manejar números enteros entre 0'01 y 999.999'99.
Mediante una manivela se hacía girar las ruedas dentadas. Para sumar o restar no había más que accionar la manivela en el sentido apropiado, con lo que las ruedas corrían los pasos necesarios. Cuando una rueda estaba en el 9 y se sumaba 1, ésta avanzaba hasta la posición marcada por un cero. En este punto, un gancho hacía avanzar un paso a la rueda siguiente. De esta manera se realizaba la operación de adición.
A lo largo de los años, Pascal construyó una cincuentena de modelos o versiones de la pascalina, en su afán de conseguir una calculadora que realmente le satisficiera. A pesar de la calidad técnica del invento, y del prestigio que le granjeó a su autor, la pascalina no tuvo repercusión en las oficinas reales ni gozó de la aceptación de los colegas de su padre. Por una parte, los amanuenses y contables prefirieron seguir sus sostumbres, tanto por rutina como por temor a ser desbancados por la eficaz máquina. Por otra, los empleadores o empresarios no vieron beneficio alguno en la compra de costosas máquinas, cuando el trabajo era resuelto manualmente a muy bajo precio.